martes, 25 de agosto de 2009

Gracias Señor Cielo.

Es como si le hubiese contado mi secreto al cielo. Se posó frente a mis ojos y se mostró así, tal cual como es... un poco bipolar, gris y con nubes que quizás desea eliminar. Le conté lo que sentía y que deseaba caminar bajo su mirada. Mientras el secundero avanza a la par de mis pasos; el cielo, sus nubes (bastante grises), el sol escondido y mi mirada disipada iban al unísono. En un extraño vaivén de melodías silenciosas. Todo quedó en silencio, su secreto, el mío. Me dio a entender que a veces es necesario esperar. ¿A qué? Quién sabe. Simplemente esperar, por el placer de no ser presa de la impaciencia. Esperar para no ser presa de la frustación, frente a expectativas impulsadas por proyecciones. Esperar nada. Caminar, sentir, ser cómplice de tus propios sueños. Caminar acompañada de un nostálgico atardecer fue el escenario perfecto para darme cuenta que la satisfacción no la puedo encontrar en situaciones perfectas. Que la magia de la imperfección es proporcional a mi versatilidad. Adaptarme a situaciones un tanto desfavorables, sólo para sacarles el mejor provecho y darme cuenta, que independiente de la escena que presencie cada día, y por muy desagradable que ésta sea, tengo los crayones suficientes para trazar un par de líneas y dibujar todos los arcoiris que desee.
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Menciones honrosas a a Pepa Valenzuela y Don Roberto Merino, por escribir columnas y crónicas TAN, pero TAN buenas y ser mi fuente de inspiración.