domingo, 3 de mayo de 2009

Cuando Nada.

Eran muchas las frases que intentaba hilar mientras apreciaba un nublado atardecer desde el decimo tercer piso. Un día fuerte, si es acaso este adjetivo alcanza. Tengo ganas de escribir, sin metáforas, ser lo más literal posible, decir todo, con nombre y apellido, con pies y cabeza. Nada de incoherencias, para que mis manos sean capaces de hundirse en cada ojo que esté que en este preciso instante esté uniendo mis letras (deformadas e inciertas). Hoy, mientras todo se reducía a una mínima imagen de mis ojos disueltos en sensacionas extrañas, pensaba... pensaba tanto, demasiado. Quería fumar, quería secar esas lágrimas, quería soltar una sonrisa. Una linda tristeza adornaba el frío atardecer. Plasmar la historia en distintos trozos de realidades, comparar. Observarme, detenerme y sentirme. Así, sola, tranquila y conciente. Sí; demasiado conciente. Es extraño sentirme así, como me sentí hoy en el piso trece. Fue extraño cuando caminamos fumando un cigarro y me di el tiempo de observar todo lo que veían mis incredulos ojos. Todo fue extraño hoy. La nostalgia, pero de la buena. De la que hace recapitular mirando hacia días mejores. Desde la que brotan lágrimas de una lluvia ácida, de esa, la primera que según dicen, se lleva lo tóxico. Quizás hoy fue mi primera lluvia, la menos agradable, pero la más útil, la que al otro día nos entrega un día mucho más limpio que el anterior. Si, definitivamente lo mejor es estar conciente, de cada paso que doy, de cada suspiro que olvido. De la calma que me abraza y la incertidumbre que mi incita a seguir. Así, observando cada nuevo capítulo, dándome el tiempo de esperar, de respirar y de olvidar. Y volver a creer.