martes, 23 de febrero de 2010

Escribir cosas con envoltorio liviano, pero relleno denso se está convirtiendo en un deporte para mí. Sobretodo si es a las 5 am y con un té a mi lado. Pensaba en que me quedan menos de dos semanas para volver a la U. Pensaba en todos los libros que me toca leer este semestre en literatura española. Pensaba en la palta que me estoy comiendo, sumado al plátano de la tarde : cosas que están en la lista de las alergias. Pensaba en el libro que no terminé de leer, y que no sé si será común que a veces colapsé y no me den ganas de seguir leyendo. A veces tengo mini peleas con los libros e intento huir de las realidades paralelas en las que nos internan. A veces tengo un hambre gigante de escuchar las verdaderas historias, de compartir con quienes deberían escribir un libro, ganas quizás, de dejar de lado esas hojas llenas de polvo y palpar las historias que día a día pasan a nuestro alrededor sin imaginarnos su magnitud. Interactuar, maravillarme con aquellos a los que veo pasar y no puedo no seguir con la mirada. Aquellos que esconden en viejos harapos, manos sucias y ojos gastados, un sinfín de historias ansiosas de ser oídas por algún curioso. Me acordaba del viejito con el que me puse a hablar, una de esas tantas veces en las que he hablado con extraños, en donde agradecía a cada minuto, el que lo haya escuchado, que el tenía tantas historias pero tenia conciencia de que no iban a trascender si no eran escuchadas, entonces para él, era un alivio saber que alguien mas sabía de su vida. Yo le dije que algún día escribiría sobre él. Y aquí estoy, hablando de la historia de un alguien, un nada para muchos, pero ese día fue el responsable de que estuviese todo el día en silencio, pensado como alguien con una familia tan grande, una situación económica tan buena y con un nivel de estudios tan altos había terminado así, durmiendo en la calle. Pensaba en que estará ahora, quizás afuera del mismo hospital donde lo conocí. Pensaba en la tipa del Cashback, cuando habla del amor por la gente, el amor por las historias de vida, el amor por escucharlas y disfrutarlas.. conmoverte. Pero no hablo de las historias tipo Mujer rompe el silencio, ni Mea Culpa... Esas historia de vida de personas que simplemente sorprenden, que rompen con nuestra monotonía... simplemente el placer de conocer distintas realidades y maravillarse con ellas, independiente del envoltorio en el que vengan. Que tienen en sus labios ese gustito a la verdadera vida, pero no a la que nos venden, ni la que a veces nosotros mismo creemos que vivimos. A la vida de verdad, a la pasión, a la libertad, al despojo de lo material, a la eliminación de prejuicios, al amor por los sueños y todas esas frases clichés que están casi al final de la película cuando están a punto de darse el beso. Todas esas frases que tienen otro gusto cuando las escuchas de los labios de quien de verdad puede decir que vivió la vida a concho. De tener aguante y poseer sabiduría. Todos esos anónimos, que independiente del envoltorio que posean, tienen un no sé que, que los hace mágicos. Tal como el abuelito, del que nunca más supe. Al que le prometí unos guantes de lana y al llevárselos ya no estaba. Quizás él jamás sabrá lo que significó para mí, tal como tampoco sabrá que, otra persona ya está leyendo su historia.