domingo, 9 de mayo de 2010

Soliloquio matutino.


No sabía si era la tenue luz del alba o bien del ocaso. No sabía si aquellas flores en mis manos eran tu forma de agradecer o de despedirte. Y si hablamos de despedidas, no sabía si era hasta mañana o hasta nunca. En realidad nunca supe nada de ti, ni siquiera sabía si eras producto de mi imaginación etílica o existías en la vida real. Pero habían unas flores en mi mano, y eran palpables, concretas. Eran azucenas rojas, mis preferidas y eso sólo tu lo sabías. Sólo tu sabías que si en mi mano geranios azules hubiese encontrado, desde ya dejarían de ser las flores que más detesto y comenzaría hoy mismo a dejar las semillas para llenar mi jardín con miles de ellas. No sabía si mis mejillas estában húmedas por el beso que debiste haberme dado antes de irte o quizás por alguna lágrima que sin mi consentimiento decidió huir. Definitivamente nunca supe nada de tí. Ni siquiera sé por qué hay a los pies de mi cama una botella de alcohol vacía. No sé por qué eliges aparecer sólo en mis borracheras. No sé porque hablo de borracheras si desde que decidiste irte de la casa dejé de beber. Y en realidad no sé de quién hablo y no sé quién me conoce tan poco como para dejarme flores, si nunca me han gustado, mucho menos si son rojas.